Un dolor punzante recorrió el cuerpo de Martín.
Comenzando por la punta de su dedo índice de la mano derecha, terminando en un punto indeterminado de la espalda.
Tiempo después descubrió que se había formado una cicatriz en su homóplato derecho, que con suficiente imaginación, parecía un elefante parado sobre sus patas traseras. Esto también lo reutilizaba hasta el cansancio como tema de conversación en sus fiestas e inefectivamente para intentar adquirir la atención de mujeres que acababa de conocer.
Aunque suene falso, es verdad que su reputación fue mejorando gracias a su famosa cicatriz.
Era curioso el hecho de que incluso un par de décadas después, cuando ya su brazo se le había terminado de caer (literalmente), no lograba recordar el porqué inicialmente tuvo ese accidente.
Solo recordaba algo: Un dolor punzante que recorrió su cuerpo, comenzando por la punta de su dedo índice de la mano derecha, terminando en un punto indeterminado de la espalda.
Siempre encontró el consuelo de que al ser zurdo, podría suplir la falta de su brazo derecho en las labores básicas. Lamentablemente su desempeño laboral fue mermado, teniendo que dejar voluntariamente su cargo de taxista por uno menos peligroso.
Al comenzar a perder sus piernas, se vio en la necesidad de comprar una silla de ruedas, que movía con el único dedo que le iba quedando de su preciada mano izquierda y obligadamente dejar completamente su trabajo.
Martín vivió sus últimos años encerrado entre cuatro paredes, comunicado solamente por telefonía digital con sus seres queridos quienes, pese a los numerosos intentos, no lograron dar con su paradero mientras seguía con "vida".
Se dice que cuando encontraron la silla de ruedas, quitaron los harapos con sumo cuidado, tomaron la silla y la volcaron directamente sobre el ataúd, cuidando de que las cenizas que quedaban no se desparramaran.